A partir de las diferencias de género podemos dimensionar diversas problemáticas de salud y su forma de atención, con una óptica que distingue las inequidades y su repercusión en los procesos de salud-enfermedad de hombres y mujeres. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS): “la salud es el estado de bienestar físico, mental y social y no sólo la ausencia de enfermedades”. El enfoque de género en salud implica necesariamente identificar y reconocer de qué manera el derecho a la salud es vulnerado y limitado por pertenecer a uno u otro sexo. Las diferentes causas de morbilidad y mortalidad, así como las expectativas de vida de hombres y mujeres, responden en gran medida a las inequidades de género, las cuales se articulan con desigualdades de clase, étnicas y de edad. Si bien las mujeres tienen una esperanza de vida al nacimiento mayor que los varones (77.9 años para las mujeres y 73.4 para los hombres), ellas experimentan una mayor morbilidad en casi todas las etapas de su vida debido al menor acceso a cuidados y a la utilización y pago de servicios de salud. Y también de manera importante se presentan en las mujeres diversos problemas de salud relacionados con hechos reproductivos. Esto se puede apreciar claramente en la frecuencia en que hombres y mujeres utilizan los servicios hospitalarios. Esta diferencia responde en parte a que muchos hombres no alcanzan a llegar a los servicios del primer nivel de atención, teniendo una menor cultura del cuidado y la prevención, aspectos considerados socialmente como atributos femeninos. Cuando enfocamos la salud desde la óptica del género, podemos observar cómo diversas problemáticas que hasta ahora se habían analizado y tratado de forma aislada como propias de hombres o mujeres, encuentran explicación en factores culturales relacionados con creencias, valores y asignaciones de género profundamente arraigadas. Un ejemplo al respecto, es el temor de muchos hombres a acudir a los servicios de salud al tener molestias que pueden corresponder a un cáncer de próstata, permitiendo el desarrollo de tumores.

En la relación “médico-paciente”, se suelen reforzar y repetir los estereotipos de género, como por ejemplo, al asignarles a las mujeres las tareas de cuidado de menores de edad y de pacientes, como si fuera algo natural a su condición. En tales circunstancias se está sobrecargando en ellas una responsabilidad que debiera estar compartida, dejando generalmente fuera de este compromiso a los hombres. Igualmente, en esta relación es de vital importancia la escucha, sobre todo si se quiere atender a las necesidades socioculturales y emocionales de las mujeres y hombres y no sólo los aspectos biomédicos técnicos frente a un padecimiento, ambos íntimamente relacionados en una atención integral desde una perspectiva humanista y de género. El personal proveedor de servicios de salud también está influenciado por el género en las relaciones que entre mujeres y hombres se establecen cotidianamente en su trabajo: 80% de la fuerza laboral entre el personal de salud y las principales gestoras y proveedoras de atención dentro de la familia y la comunidad, son mujeres. Los hombres constituyen 20% de la fuerza laboral en salud y tienden a ocupar en su mayoría los puestos directivos. En definitiva, el género, articulado con los efectos de las desigualdades generadas por la pobreza, las diferencias étnicas, de clase y generacionales, se vuelve un enfoque explicativo de las diferentes trayectorias de salud y de los factores que influyen en la morbilidad y mortalidad de hombres y mujeres. Asimismo, ayuda a analizar de qué manera estas diferencias influyen en la forma como se distribuyen los servicios y los recursos para la salud.

Bióloga Lucía Alicia Cruz Yáñez

Integrante del Programa Institucional de Estudios de Género