El acoso sexual es un comportamiento cuyo objetivo es intimidar, perseguir, e importunar a alguien con molestias o requerimientos de índole sexual no deseada.

Sorprende que en gran parte de las ciudades en el mundo se practica el acoso sexual en lugares públicos: Nueva York, Hong Kong, Sevilla, La Habana, Bogotá, Nueva Delhi, Lima, Otawa, Arabia Saudita, Kuwait, México, las formas que adopta son muy variadas. Se identifican las siguientes: miradas insistentes sobre ciertas partes del cuerpo, silbidos, susurros al oído, gruñidos, tosidos, llamadas insistentes, piropos halagadores con una intención ofensiva, toqueteos y manoseos, observar involuntariamente actos de exhibicionismo, masturbación, eyaculación, así como mostrar material pornográfico.

En México, miles de mujeres son humilladas diariamente, tanto en las calles como en los diferentes transportes públicos. Una frase ofensiva, una mirada lasciva o un toqueteo sexual, son experiencias de todos los días cuando se trata de trasladarse a la escuela o al trabajo. Sin embargo, el acoso sexual en lugares públicos es un componente invisible de las interacciones cotidianas.

Una alumna al trasladarse a la FESI refiere que el cansancio la venció y se quedó dormida, cuál sería su sorpresa cuando al despertarse estaba un pene frente a ella. La alumna humillada temblando de miedo logró bajarse del transporte inmediatamente. Alumnos de la FESI manifestaron haber sido acosados por profesores que les mostraron pornografía en sus teléfonos celulares. Otros se sintieron ofendidos por un acercamiento innecesario.

Los ejemplos anteriores nos muestran que este problema puede ser padecido por hombres y mujeres, pero, son ellas quienes son más vulnerables a padecer las consecuencias de estos comportamientos indeseables. Esto es posible porque existen desequilibrios en las relaciones de poder entre hombres y mujeres, resultado de una construcción cultural e histórica.

Patricia Gaytán Sánchez en su libro; Del Piropo al Desencanto. Un estudio Sociológico, (Biblioteca de Ciencias Sociales y Humanidades UAM Azcapotzalco, 2009), plantea que existen dos creencias que aparecen reiteradamente en el imaginario popular:

  • Que el acosador es un loco, maniático, albañil o mecánico
  • Que las mujeres que se visten con ropas ajustadas y muestran su cuerpo propician el acoso

Estas creencias encubren la realidad y alientan prácticas de acoso. Se cree que los espacios universitarios están exentos, y no es así. Personal académico jura su inexistencia, según reciente caso en la Facultad de Ingeniería UNAM. Por otra parte, las mujeres tienen el derecho y la libertad de vestirse de acuerdo a su gusto y no por ello se les debe agredir.

En la FESI identifiqué a un alumno que acostumbraba mandar besos y miradas lascivas a las chicas que se encontraban exponiendo un tema. Por supuesto, platiqué con el alumno para detener este comportamiento.

Blanca García encontró que en una muestra de 100 mujeres, cien por ciento afirmó haber sufrido alguna forma de acoso en la calle. Durante una conferencia al preguntar al público acerca de experiencias de acoso, una mujer respondió que había vivido “lo normal”. De verdad es grave que el acoso se vea como algo natural y normal que mujeres y hombres debamos tolerar.

Las personas acosadas tienden a sentirse encolerizadas, humilladas, culpables y deprimidas, así como irritables y vulnerables. Estas reacciones parecen seguir una secuencia que se inicia con los sentimientos de cólera y termina con la sensación de impotencia. Es decir, el acoso sexual no produce beneplácito, por el contrario, evoca distintos grados de malestar y resulta ofensivo y desilusionador con las personas o su entorno social. No aceptemos esas prácticas tóxicas que denigran a toda la sociedad, ¡basta! Incorporemos relaciones de respeto en nuestros espacios.

Mtra. Rosa María González Ortiz

Integrante del Programa Institucional de Estudios de Género de la FESI